Ahí estaba, luego de infinitas dudas, de arrebatos, de
lágrimas y miedos; ahí estaba poco a poco descendiendo. Ya no había más que
hacer. No sé si a mi favor o en mi contra tenía todas las fuerzas que anulaban cada
intención de escapar de ese momento.
Mientras caía, el deseo invencible que sentí antes de
lanzarme comenzó a ser nublado por un miedo creciente. El viento acariciaba mi
cuerpo, mis músculos se contraían, mis ojos, antes tan seguros de haberlo visto
todo, se deslumbraban con cosas inimaginables. De un momento a otro el tiempo
parecía haberse detenido pero luego la velocidad era increíble, la distancia
cada vez se acortaba más y aún no podía definir si mi arrepentimiento era tan
grande como el repudio que sentía por mi vida antes de saltar.
El tiempo se acababa, imágenes en mi cabeza comenzaron a
bombardearme; rostros, sonrisas, llantos, logros, abrazos, hasta que mis ojos
alcanzaron a ver el cemento tan crudo de la acera tan cercana. Ya iba llegando;
preparé mi cuerpo, como si de algo sirviera, para el peor y último golpe de mi
vida. Apreté mis manos con fuerza y esperé…
El minuto se hizo eterno y lo que fuera que estaba esperando
nunca llegó.